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Perdí un verso: por él lloré toda la noche/Juan Ruiz de Torres

 

      

BIENVENIDO A MI PÁGINA: www.angelareyes.org. Además de la preciosa vista de la playa del Trengandin (Noja. Santander), con la que se abre esta página, he puesto un poco de la amplia actividad cultural que vengo realizando desde 1980. Poesía, narrativa, ensayo, actos con la Asociación  Prometeo de Poesía que dirijo desde que falleció mi esposo, Juan Ruiz de Torres, todo ello lo puedes ver entrando en las cabeceras que aparecen en el frontal de esta página.  Y, antes de nada, voy a presentarme:   

 

 

 

 

Nací en Jimena de la Frontera, Cádiz. Nací un agosto y en la cama de mi abuela, pero vivo en Madrid  desde los trece años. Soy la mayor de seis hermanos. Trabajé durante 23 años como secretaria de dirección en la Federación Nacional de Vehículos de Alquiler. Desde 1980 vengo desarrollando una amplia labor cultural mediante la Asociación Prometeo de Poesía, fundada por mi esposo, Juan Ruiz de Torres, en Madrid, (14.1.1980), de la que fui su secretaria general. Colaboré e intervine en la organización de la Escuela de Poesía de Madrid, así como de las cinco Ferias de Poesía, las tres Bienales Internacionales de Poesía que celebramos en Madrid y de los dos Encuentros Luso-Españoles de Poesía que organizó  Prometeo. He sido cofundadora y colaboradora de sus revistas literarias  cuadernos de Poesía Nueva, Carta de la Poesía y La  Pájara Pinta. Jurado de poesía y de narrativa en varias ocasiones. Colaboré desde 1991 al 1995 en la página Tercera del diario El Día de Toledo. En 1988  Juan Ruiz de Torres y yo creamos el premio de poesía Encina de la Cañada, patrocinado por el ayuntamiento de Villanueva de la Cañada (Madrid). Ambos lo dirigimos durante 23 años. Tras el fallecimiento de Juan, en abril de 2014, dirijo y coordino la tertulia literaria Tardes de  Prometeo. 

  •  La poesía es para mí un cofre lleno de palabras que encontré en Granada, a la edad  de ocho años. Nadie vino a reclamármelo, nadie echó en falta su pérdida y desde entonces no me he separado de él porque es una de las cosas más preciosas que poseo. No he dejado de abrirlo ni un solo día y, de su fondo inagotable, he extraído las palabras precisas para inventarme mundos donde las personas eran inmensamente bellas o desgraciadas en muchas ocasiones, siempre tiernas o crueles hasta donde mi imaginación me lo permitía, dioses                                                                   desterrados, seres humanos tan magníficos que morían para                                                                volver  a resucitar en páginas posteriores. Para ello, unas veces elegía del  cofre las palabras más líricas, otras veces las retóricas, las amorosas, muchas veces las sensuales, místicas en pocas ocasiones, palabras y más palabras para crear personajes de ficción que, después de convivir con ellos un tiempo, se convertían tan humanos, tan de mi sangre, que llegaba a amarlos y a sentir su ausencia a la hora de abandonarlos a su suerte. Esto es, a la hora de finalizar el libro. 

Debido a este cofre, siempre me recuerdo ante una cuartilla intentando escribir un poema. En Granada, siendo niña, dediqué los primeros versos a mi padre. Mi sorpresa fue grande cuando en 1986, meses antes de casarme con Juan Ruiz de Torres, mi padre me entregó una carpeta azul con gomas donde guardaba aquellos viejos poemas de mi infancia. Las décadas de los 80 y de los 90 fueron fecundas y preciosas para mí: conocí a Juan Ruiz de Torres, en cuyas filas me inserté para colaborar activamente en su ideal de difundir la poesía a nivel nacional e internacional, mediante ferias, bienales, talleres poéticos, recitales, homenajes a maestros, algunos como Juan Ramón Jiménez, Rosalía de Castro, Santa Teresa, Francisco de Quevedo, San Juan de la Cruz, Césa Vallejo,  todo ello con el fin de acercar la poesía a la calle y a las aulas.

En aquellas dos décadas publiqué la mayoría de mis poemarios y algunos de ellos fueron premiados, incluso recibí mi primer premio en novela. Tuve el privilegio de leer junto
a Luis Rosales, Luis López Anglada, Leopoldo de Luis, Carmen Conde, Ángel García López,  Concha Lagos, Ernestina de Champourcín, Concha Zardoya, Luis Jiménez Martos, entre otros, pero no por méritos propios puesto que yo era una aprendiza sino debido a la generosidad de todos ellos. En 1986 me casé con Juan Ruiz
de Torres y durante 34 años él fue mi amigo y un excelente     compañero de vida. 

 Con Juan Ruiz de Torres en 2013

Me sería difícil decir qué poeta ha influido más en mi poesía, debido a que a todos ellos los empecé a leer siendo una niña. Bebí de Bécquer y de Tagore en la etapa de mi primera juventud. Luego,  en los años  80, me impactó la poesía simbolista de Vicente Huidobro. César Vallejo me enseñó la poesía del dolor y de la desesperación, mientras que Rosalía de Castro me introdujo por la poesía de la melancolía. El argentino Enrique Molina me sorprendió con su carga de sensualidad, erotismos y luminosidad. En sus versos abundaban la fantasía onírica, la voluptuosidad de las metáforas, la desmesura a la hora  de hablar  de los dones del cuerpo femenino.  Leyendo a Pablo Neruda supe que el poema podía ser a veces un río que desbordaba los márgenes de la imaginación poética. Él fue mi poeta de la abundancia.  Aún sigo leyendo a Luis Rosales, sobre todo su prosa poética. De Juan Ruiz de Torres aprendí a resumir                 Con mi hermana Alicia

el poema, a cambiar el intimismo por la otredad. De él  también 

aprendí a poner mi vida al servicio de la poesía porque, según él, era una forma rica y desprendida de vivir. Y no puedo dejar de mencionar a mis compañeros de la Asociación Prometeo por la importante labor de taller que hicieron en mis primeros poemas. Han pasado varias décadas, Juan ya no está ni tampoco muchos de mis más queridos amigos y yo sigo escribiendo. Llevo adelante Tardes de Prometeo: la  última velita  que  Juan dejó encendida en recuerdo en aquellos nuestros preciosos años  de juventud y poesía. 

 

 

 

 

 

Juan con sus tres hijos